Monday, April 6, 2009

La rosaleda del parque del Retiro (Madrid)



Cuando los días empiezan a ser largos, cuando empiza a oler a primavera, mis pies me llevan al Retiro, el parque de mi infancia.
Quizá porque no pasan coches o quizá porque no hay muchas cosas nuevas que puedan acontecer en un parque, el Retiro es el lugar de Madrid que menos ha cambiado desde que soy pequeño: ha pasado bastante tiempo.
Aún veo guardias a caballo, quioscos, parejas de enamorados, viejecitas dando de comer a los pájaros, jóvenes patinando y, sobre todo, niños jugando.
Entro por Doctor Castelo y el mundo vuelve a ser mío. Allí están los columpios donde yo también jugaba de pequeño -justo a la derecha- y más adelante la gran calle que se dirije a la estatua del Ángel Caido, donde yo también monté en bicicleta y, años antes, en triciclo.
Sigo hacia el Ángel y a la izquierda veo el antiguo zoo de Madrid donde una vez di de comer a un elefante que no tenía colmillo. Eran tiempos en que no era peligroso dar de comer a los animales o, si lo era, nadie nos lo dijo.
Veo la estatua, única en el mundo, repiten, caída y bella, aún mirando al cielo, al cielo azul madrileño que no deja de ser hermoso aunque los edificios impidan verlo. Entonces, me acuerdo del olor a rosas, de las mil y una rosas que hay cerca... Entro.
¡Son tantas variedades! Tienen nombres preciosos que nunca puedo recordar, nombres literarios y mitológicos. Mi abuela me los contaba de pequeño, hace ya mucho tiempo. Después, los he buscado en enciclopedias, ahora en internet... siempe se me olvidan, pero no su olor sus inimitables colores, su eterna y singular belleza sobre tallo de espinas.
He estado en muchas ciudades del mundo, nunca he visto una rosaleda semejante, quizá porque nunca he amado a otra como a ésta. Al fin y al cabo, uno ama lo conocido y el parque del Retiro guarda para mí demasiados recuerdos... demasiada vida.

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